lunes, 19 de enero de 2009

La Antiespada

- Bueno, como hoy no se de que escribir, vamos a probar algo nuevo.

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El Héroe entró en el pueblo cabalgando con tranquila seguridad, su enorme caballo negro, resplandeciente a pesar del polvo del camino era un perfecto acompañante para el alto y musculoso jinete. Sus profundos ojos verdes, acerados como la espada que colgaba de su espalda se clavaban en todos los que osaban depositar su vista en el, obligando los a retirar la mirada, todo en el clamaba ser un gran guerrero, un héroe de leyenda, y sin duda de haber echo valer su nombre el solitario jinete habría tenido muchas más miradas de admiración y respeto, era una leyenda viva, un mito por méritos propios.


El jinete llegó a la puerta de la desvencijada taberna y se apeó del caballo, lanzando miradas de furia alrededor se levantó del suelo inmediatamente y con disimulo se sacudió el polvo, rechinando los dientes fue hacia la puerta y la abrió...con mucho cuidado la volvió la depositar en su marco y entró con paso seguro en el lugar de la cita. Algunos rostros se volvieron hacia el, pero hay poca gente dispuesta a interrogar a un guerrero de metro ochenta armado con una espada casi tan grande como el, dos katanas e innumerables dagas colgadas de su cinturón.


Con mucho cuidado llegó hasta su mesa y tomó asiento, miró una vez más a su alrededor, aún desafiante, aunque sabia que si alguno de los presentes quería pelea con el, mas le valía salir corriendo, ya que en sus actuales circunstancias lo más probable era que se cortara el cuello con su propia espada – y sucesos recientemente ocurridos le hacían temblar ante semejante posibilidad – no es que tuviera miedo a la muerte, pero una cosa era morir en combate contra un dragón y otra muy distinta morir atravesado al blandir tu propia arma.


Y entonces llegó ella, el guerrero se quedó sin habla al verla, aunque seguramente también colaboró el que se atragantara con uno de los cacahuetes que estaba tomando.


Si Satanás hubiera perdido menos tiempo en batallitas con los ángeles, manzanas y mariconadas varias, y hubiera dedicado más tiempo a las cosas importantes, sin duda hubiera ideado una mujer como ella, la autentica Perdición del Hombre y la Mujer – no hay que ser antiguo – se deslizó por la taberna como un velero por un mar en calma, dejando a su paso varios seres sintiéndose infinitamente miserables y echando de menos partes de su anatomía que habían intentado acercar más de la cuenta.


- Y bien, ya estoy aquí -


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