martes, 3 de noviembre de 2009

La Odisea Franciscana


Debido a que mi elfa favorita se encuentra viviendo desde hace unos días en San Francisco (que suerte tienes condená) me he puesto a recordar mis propias vivencias allí, en realidad no hace mucho que os relaté vía swinsuit mi primera y magnifica borrachera allende los mares, pero no todo fueron borracheras, fiestas y sexo desenfrenado (por desgracia), también hubo otras cosas…

El viaje fue una pequeña odisea, con mis 18 añitos recién cumplidos y mucha ilusión me embarqué, mochila al hombro y unos cuantos dólares cosidos en los calzoncillos (mi mare me repitió un millón de veces que tuviera mucho cuidado, que ojito, que no confiara en nadie… tal vez por eso le di un mordisco a la azafata) rumbo a la tierra de las oportunidades, antes había estado en Inglaterra, pero nunca haba viajado tan lejos, ni para tanto tiempo, ¿miedo? La verdad es que no, no soy propenso a pensamientos tales como la duda o el miedo, bueno, la pura realidad es que no soy propenso a pensar en absoluto.

Como os decía tras unas cuantas lagrimas por parte de mi madre (principalmente) me monté en el avión rumbo a la mágica Barajas, o, cómo muchos lo conocemos, el Agujero del Fin del Mundo, donde me cambiaron tres veces la puerta de embarque, el vuelo salió tarde y, además, como medio aeropuerto estaba de obras, las señalizaciones no valian, menos mal que el personal de tierra era tan amable... (já).

En fin, costó pero finalmente logré embarcarme rumbo a NY para vivir la experiencia… mas condenadamente aburrida de toda mi vida, por dios, que peñazo de viaje. Chorrocientas horas de vuelo interminable con la única distracción de una pantalla en la que se veía el dibujo de un avión en medio del océano… y nada más.

Cómo anécdota os contaré que a mi lado viajaba una pareja de turistas americanos que volvían de sus vacaciones en España y chapurreaban un poco el español, los cuales tuvieron la amabilidad de confirmarme que el bocata chorizo que mi mare me había metido en la mochila no era necesario declararlo en la aduana.

Por lo demás ya os digo, un aburrimiento total viendo pasar nubes y más nubes… y ya tá.

Algo más de emoción tuvo mi llegada al JFK de New York, más que nada por que mis amigos de Iberia (sorpresa sorpresa) no encontraban mi maleta, única posesión material con la que contaba fuera parte de mi fiel mochila y los dólares de mis calzones, que por esas fechas seguramente no me los hubieran cogido ni regalándolos. Afortunadamente gracias a mis compañeros de viaje y a una amable sudamericana que trabajaba allí localizaron mi maleta y pude seguir camino diligentemente hasta perderme, pues resulta que entre terminal y terminal tenía que coger un autobús… en el que seguí dando vueltas hasta que logré averiguar en que parada me tenia de bajar, pecata minuta comparado con la interminable cola de gente que había allí esperando. Tras una bronca con un gilipollas por algo que no recuerdo llego por fin al mostrador donde una señora muy simpática me intenta explicar que mi vuelo ya ha salido - ¿perdón??? - Y que si lo deseo puedo pasar la noche en un hotel y salir por la mañana… Bueno, menos mal que uno posee recursos y después de suplicarle un poco a la amable (pero amable de verdad) chica que me atendía, logró colarme en otro vuelo que salía… en dos minutos!!!

Lo siguiente que recuerdo es una carrera loca contra reloj siguiendo a un chaval que trabajaba allí y al que pidieron que me acompañara, hoy en día resultaría imposible pero entonces las torres aún se erguían orgullosas y el mundo era un poco más inocente, tanto que me llevaron con mi mochila al hombro por las zonas restringidas del aeropuerto hasta llegar a la puerta de embarque, para comprobar, como no, que el avión salía con retraso.

Mi agradecimiento eterno hacia ellos, tanto el chico que me guió, como la chica que me buscó el vuelo y la gente que me ayudó a encontrar mi maleta.

Finalmente pude embarcar rumbo San Francisco, un detalle es que puesto que salimos tarde el Comandante nos dio auriculares gratis para la película, con lo cual el vuelo fue igualmente tedioso y aburrido cómo el anterior, pero al menos lo fue en otro idioma.

Y por fin… por fin después de muchas horas y varios usos horarios aterricé en SF, la Ciudad de las Colinas, donde me esperaba un señor para acompañarme al Shuttle y, de allí al hotel.

Llevaba dos días sin dormir, sin ir al baño y casi sin comer, carrera va carrera viene, pero aún así seria imposible no decir que me quedé sin aliento al ver por primera vez la Ciudad, los rascacielos iluminados en aquella magnifica noche y sentir la magia de recorrer aquellas calles mil veces vistas en las películas.

Llegué al hotel, Beresford Manor, un pequeño hotelito atestado de estudiantes, donde por señas le pude explicar a la recepcionista (una tía genial) quien era, y así pude conocer a mi compañero de habitación, un japonés cuyo ingles, si cabe, era tan malo cómo el mío.

Subí a la habitación y, por primera vez me di cuenta donde estaba, esa noche en la oscuridad, con un jet lee del carajo no pude pegar ojo, y casi lloré por mi madre, mi padre, mis hermanas… los echaba de menos!

Pero el día siguiente, primer día de clase, me traería muchas aventuras para olvidar la morriña, tantas cosas nuevas que ver, tanta gente a la que conocer… Y todo sin hablar ni papa de ingles.

En el próximo episodio…

Cómo perderse en San Francisco y llegar tarde a tu primer día de clase.

CON MAS DE MIL ELEFANTES!!!


Pd. Y a ver si escaneo las afotos y las subor, que en mis tiempos no había cámaras digitales.

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