Laura se revolvía en la cama en ese placentero estado entre
el sueño y la consciencia. Su cuerpo casi desnudo entre las sábanas de seda
blanca se contraía en pequeños espasmos de placer. Abrió sus profundos ojos de
gata y la suave luz del amanecer se filtró hasta su mente dispersando los
últimos recuerdos del sueño. Incorporó su cuerpo y se desperezó dejando
deslizar las sábanas por sus firmes pechos hasta la cintura y se frotó los
ojos.
Había sido una noche realmente extraña. Un escalofrío
recorrió su cuerpo al recordar al extraño de la pasada noche. Con un suspiró se
volvío a recostar y dirigió su mano derecha hasta su entrepierna. Allí notó sus
bragas húmedas, el sueño había sido tan intenso que las había mojado. Suspiró
mientras juguetonamente introducía su mano por debajo de las bragas y notaba el
pelo corto y bien cuidado de su pubis. Suavemente se acarició por fuera en círculos
notando el calor que desprendía su sexo y finalmente introdujo sus dedos
dentro. Contuvo un suspiro de placer. Sus padres debían de andar por la casa en ese luminoso domingo.
No tenía prisa, así que se demoró un rato jugando con su coño
en una lenta y placentera masturbación que culminó en un orgasmo fuerte e
intenso. Después lamió sus dedos, le gustaba el sabor de su sexo, el olor
intenso que desprendía tras correrse…
Realmente una noche muy extraña. Se levantó de la cama y bajó a desayunar. Vivía en un amplio chalet con sus padres y su hermano mayor donde disfrutaba de una vida razonablemente cómoda y agradable. No había nadie en la cocina así que supuso que habían salido a pasear no queriendo molestarla ras una noche de juerga - eran así de considerados -. Aún vestida sólo con la camiseta y las braguitas se sirvió un generoso tazón de cereales con leche y se sentó a comer. Estaba famélica y muy cansada y el desayuno le vino bien para recuperar fuerzas. Tras una ducha rápida se vistió y se sentó pensativa en el salón. No le apetecía llamar a sus amigas, que la bombardearían a preguntas sobre las que no tenía respuestas. Y tampoco tenía ganas de ponerse a estudiar. Así que decidió salir a dar un paseo por la playa. Era aún temprano y habría poca gente, además conocía una calita algo escondida y poco frecuentada salvo en verano, cuando los domingueros invadían cada centimetro cuadrado de arena. Odiaba a los domingueros.
Cogió su bolsa, un bikini y una toalla- por si acaso - el móvil y algo para picar mas tarde y se encaminó en su scooter hacia la cala, necesitaba pensar y estar un rato a solas.
La cala, tal y como había imaginado estaba vacía. Se tumbó sobre la arena y cerró los ojos...
La oscuridad era total. Pero sabía que no estaba sola, algo terrible estaba a su lado aunque era incapaz de verlo. Un sensación de terror invadió su cuerpo. Tenia miedo. No, pánico. Un sentimiento atávico y primario la atenazaba. No podía ver, ni oir... pero la prensencia llenaba cada rincón de la oscuridad que la envolvía. Gritó, o al menos intentó gritar ya que ningún sonido salió de su boca - ¿Aún tenía boca? - Abrió los ojos, y entre la penumbra logró por fin distinguir tres figuras.
Se había quedado dormida en la playa y había atardecido. Se incorporó, asustada de nuevo aunque con un miedo mas natural. Estaba sola y tres jóvenes desconocidos la miraban, ella conocía ese tipo de mirada, las había sufrido desde los catorce años, pero nuca le habían dado tanto miedo. Claro, que nuca había estado sola, medio desnuda e indefensa ante ellas.
Larura sabía lo que vendría a continuación y contuvo a duras penas las lágrimas. No les daría esa satisfacción.
Realmente una noche muy extraña. Se levantó de la cama y bajó a desayunar. Vivía en un amplio chalet con sus padres y su hermano mayor donde disfrutaba de una vida razonablemente cómoda y agradable. No había nadie en la cocina así que supuso que habían salido a pasear no queriendo molestarla ras una noche de juerga - eran así de considerados -. Aún vestida sólo con la camiseta y las braguitas se sirvió un generoso tazón de cereales con leche y se sentó a comer. Estaba famélica y muy cansada y el desayuno le vino bien para recuperar fuerzas. Tras una ducha rápida se vistió y se sentó pensativa en el salón. No le apetecía llamar a sus amigas, que la bombardearían a preguntas sobre las que no tenía respuestas. Y tampoco tenía ganas de ponerse a estudiar. Así que decidió salir a dar un paseo por la playa. Era aún temprano y habría poca gente, además conocía una calita algo escondida y poco frecuentada salvo en verano, cuando los domingueros invadían cada centimetro cuadrado de arena. Odiaba a los domingueros.
Cogió su bolsa, un bikini y una toalla- por si acaso - el móvil y algo para picar mas tarde y se encaminó en su scooter hacia la cala, necesitaba pensar y estar un rato a solas.
La cala, tal y como había imaginado estaba vacía. Se tumbó sobre la arena y cerró los ojos...
La oscuridad era total. Pero sabía que no estaba sola, algo terrible estaba a su lado aunque era incapaz de verlo. Un sensación de terror invadió su cuerpo. Tenia miedo. No, pánico. Un sentimiento atávico y primario la atenazaba. No podía ver, ni oir... pero la prensencia llenaba cada rincón de la oscuridad que la envolvía. Gritó, o al menos intentó gritar ya que ningún sonido salió de su boca - ¿Aún tenía boca? - Abrió los ojos, y entre la penumbra logró por fin distinguir tres figuras.
Se había quedado dormida en la playa y había atardecido. Se incorporó, asustada de nuevo aunque con un miedo mas natural. Estaba sola y tres jóvenes desconocidos la miraban, ella conocía ese tipo de mirada, las había sufrido desde los catorce años, pero nuca le habían dado tanto miedo. Claro, que nuca había estado sola, medio desnuda e indefensa ante ellas.
Larura sabía lo que vendría a continuación y contuvo a duras penas las lágrimas. No les daría esa satisfacción.